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Homilía Mons. Juan Manuel Mancilla Sánchez, Obispo de Texcoco

Convivencia Navideña con empleados de la Curia Diocesana

 15 de diciembre de 2022

 “¡Alégrate!, canta de júbilo”. Mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, Israel siempre esperó con mucha ilusión la llegada del Salvador, y es importante que nosotros nos fijemos con que sentimientos, con que actitudes se esperó, se anheló la llegada del Mesías “¡Alégrate!, rompe de júbilo, canta”, y precisamente es el Profeta Isaías el que más insiste en que al Mesías se le debe recibir con la alegría de tener a Cristo en el corazón.

 Aquí yo mismo, y junto con ustedes como quisiera que en nosotros se resguardaran estos sentimientos de gratitud, de gozo, de confianza, de infinita felicidad por la llegada del Hijo de Dios, que a nosotros no nos distraigan los elementos materiales, ¡Sí! que nos estimulen los adornos, los detalles, lo que buscamos que haga agradable la casa, que los espacios se llenen de luz, que todos nosotros nos involucremos en un clima verdaderamente de identidad, de fidelidad al Mesías, al Hijo de Dios. Porque es muy fácil pues, que nosotros nos dejemos arrastrar por los sentimientos pues al final, muy pobrecitos, de simplemente ver la cuestión física, material de esta época.

 Nosotros teniendo a Cristo en el corazón, teniendo, pero de verás ¡emocionados! todo lo que se refiere a Nuestro Señor, les aseguro que en verdad seremos felices, les aseguro que en verdad tendremos una paz infinita y que nosotros nos purificaremos porque hay cosas que nos dañan,  cosas que hacen fea el alma, la mente, las palabras, y entonces Cristo viene, primero a perdonar los pecados,  a que nosotros no tengamos áreas desagradables sino que nosotros seamos agradables a Dios, como Él lo fue.

 Entonces Cristo el Mesías siempre nos purificará, siempre nos perdonará, y no solo como de actitudes externas, sino ante todo lo que sucede en el corazón, lo que está en la intimidad; cuantas veces nosotros tenemos remordimientos, tristezas, miedos, tenemos remordimientos porque pues no nos hemos portado, no nos hemos conducido conforme Dios nos ha ordenado; cuantas veces las mismas personas nos dicen: ‘pues ya bájale, no seas así, ¿porque dijiste esto?, ¿Por qué le haces así?, eso fíjense como Nuestro Señor lo hizo con aquella palabra “conviértanse, cambien” porque nos quiere irreprochables, que no nos anden regañando a cada rato, que no nos anden apuntando con el dedo o con ojos de pistola; sino que nosotros caminemos en esa sencillez que Cristo nos vino a enseñar.

 Y en lo que se refiere al Santo Evangelio mis queridas hermanas, mis queridos hermanos, me llama poderosamente el piropo que Cristo le echó al Bautista: «entre los nacidos de mujer, nadie tan grande como Juan, el Bautista; pero, los que crean en mí, mis discípulos, el más pequeñito, el que parezca insignificante será más grande, mucho más grande que él». Y así es mis queridas hermanas, antes de Juan el Bautista ¿quién conoció al Padre celestial? ¿al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo?

 En la época del Bautista, en la época de los profetas ¿quién supo la Palabra tan sabia, tan hermosa, la verdad infinita de Cristo? ¡Nadie! antes de Cristo  –incluso Juan el Bautista– ¿quién vio las señales, las obras, los detalles, los  milagros que realizó Nuestro señor Jesucristo; y milagros serios, valiosísimos, admirables que, ¡vio el ciego de nacimiento! nunca, en donde un ciego de nacimiento puede tener la vista; un paralitico, hasta la fecha hay instituciones y sabios científicos que investigan, y no pueden curar la parálisis; y así, una lista grandísima de enfermedades que llaman ‘incurables′.

 Antes de Cristo ¿quién tuvo la dicha  de conocer a la Santísima Virgen?, a la Madre de mi Señor –como le dijo santa Isabel– antes de Cristo la lista es infinita ¿quién pudo con certeza anhelar, recibir la promesa de  llegar al Reino de los Cielos? de la Vida Nueva, de la Vida Eterna, de la gloria, de la Resurrección; a partir de Cristo todos los discípulos del Señor, participan, conocen, reciben espléndidamente todos esos tesoros que Dios tenía guardados para que su Hijo nos los fuera entregando, nos los regalara y nos incluyera en ese universo infinitamente bellísimo de la gloria divina, de la gloria eterna.

 Queridas hermanas, mis queridos hermanos, valoremos a Jesús, renovemos nuestro interés por Jesús, respetemos las enseñanzas de Jesús; todo lo que Jesús dice es divino, es de Dios, celestial; todo lo de Jesús se cumple, a Cristo nadie le puede corregir la página, como lo podemos hacer con los periodistas, los analistas, los sabios, los filósofos, los grandes intelectuales –pues uno puede decir: “no eso no, creo que no, no me parece, no me gusta”– pero habla Cristo, enseña Cristo y está la verdad, y está la sabiduría de Dios entre nosotros.

 Pues demos gracias a nuestro Padre porque nos regaló a su Hijo, rasgó el corazón, rasgó los cielos y nos entregó a su propio Hijo, y Él está comprometido; y Cristo tiene la creatividad, tiene el gusto, tiene la capacidad inimaginable de perdonarnos, salvarnos, enriquecernos, glorificarnos, pues que este tiempo sagrado de la Navidad nos lleve a sus pies; cuantas personas no quisieran siquiera tocar la puntita de la bastilla de su manto, el Bautista: “Yo ni siquiera las correllitas de sus sandalias me siento digno de tocárselas o de zafárselas”. Yo, no soy digno de que entres en mi casa, una Palabra tuya, una mirada tuya, una sonrisa tuya, una gotita de tu sangre preciosa, salvación para todo el mundo. Valoremos, agradezcamos, disfrutemos el  Misterio de Jesucristo nuestro Divino Redentor. Así sea.

 

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